miércoles, 4 de noviembre de 2009

Per se

Hay que ver lo que uno encuentra buceando en la red. Hoy me dio por buscarme a mí misma y me he sorprendido muchísimo al leer un relato que escribí estando en el instituto hace doscien.. digo, algunos años, por el que gané un premio que me vino de perlas entonces.

Me ha hecho ilusión reencontrarlo, porque nunca le presté atención, lo escribí exclusivamente para ese concurso, y le puse todo lo que sabía que le haría ganador, afortunadamente acerté.

Helo aquí, diez años después:

"Más o menos mi vida no está demasiado mal, bueno, realmente no está mal si la comparo con la que llevan algunos conocidos míos: familiares y antiguos amigos.

Creo que no debo quejarme por lo que tengo, escaso o no, mi esfuerzo ha sido el responsable de mis logros, pero he tenido que luchar, y aún sigo haciéndolo contra todo lo que impide ser yo y mis expectativas.

Cada día me toca pelear contra mis padres:

– Pero, hija, ¿es que quieres buscarnos la ruina? ¡Eres la vergüenza de la familia! ¡Si tu abuelo levantara la cabeza...! – me salmodia mi padre rojo de ira.

– Pero, papá, si el abuelo no está muerto – intento calmar los nervios para variar.

– ¡No le lleves la contraria a tu padre! ¡Mantén el respeto que le debes! – como siempre mi madre rubrica las afirmaciones de mi padre, a veces pienso que es la única frase que pronuncia, innumerables veces, a lo largo de las discusiones; claro, que tampoco puedo enterarme bien porque los gritos de mi padre se escuchan atronadores en la pequeña habitación, el comedor normalmente, la Sala del Peligro cuando toca discusión, una vez al día más o menos.

¿Y pensar en tirar la toalla?, no me quiero mentir y lo cierto es que suelo pensarlo en esa parte de la discusión en donde se mencionan y salen a relucir antepasados, desconocidos para mí pero alabados por mis padres como el maná prometido, me avergüenzo entonces de ser la oveja negra de la familia, la hija no pródiga, la que provoca tormentas en casa; pero tan normal como esta renuncia aparece, nace del mismo ánimo la disposición de ser por una vez yo, dejar de ser lo que los demás quieren de mí, alejarme lo más posible de lo que para mí han dispuesto, quiero tener nombre propio forjado en mi lucha, sin deberle mi vida a nadie, sin estar obligada a agradecer cada día mi existencia.

¿Soy una mala persona?, me lo he preguntado tantas veces que se ha convertido en un mantra para mí, en algún momento ha perdido ya su significado y es eso lo que me aterra, el ser mala realmente, el no darme cuenta de mi propia maldad, porque mi maldad radica en el antagonismo con mis padres...

– ¿Es que te avergüenzas de tus padres? – grita mi padre mirando al cielo, más bien al techo de la habitación, pero el efecto es el mismo, me saca de mi ensimismamiento, que es lo que quiere, imagino.

Siempre el tema de la vergüenza, no sé cómo puede ser tan importante, si valiese dinero, mi familia sería la más rica del mundo, de eso estoy segura, pero lo cierto es que no me avergüenzo de ellos, los amo como padres porque gracias a ellos soy lo que soy, aunque ése sea precisamente el problema.

– Entonces, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué no quieres seguir con la tradición? Tus bisabuelos, abuelos y yo lo hemos hecho y hemos dado de comer a los que estaban con nosotros... Así que quítate esas ideas y déjalo ya. ¡Estás perdiendo el tiempo...!

– ¡Pero, papá, no me avergüenza, pero no quiero hacerlo, quiero otra cosa que...!

– Eres la comidilla del barrio, todas las mujeres hablan de ti, todos te señalan, vas a lograr que maldigan a toda la familia. ¿O es eso lo que quieres?

– ¡No! ¡Pero es...!

– ¡Pues déjalo ya, vente con la familia y despídete de esos amigos tuyos...!

Nunca en mi vida me he sentido tan marginada que cuando los míos me señalan y me miran a mi paso, y luego decimos de los demás, es algo absurdo pero es real, y yo quiero cambiarlo, deseo hacer crecer en los demás nuevas maneras de comprender, de ver los acontecimientos, de entender, de aceptar...

– ¡Y el negarte a tu matrimonio! ¡Ya no tienes edad para sacer un buen marido, eres demasiado mayor! ¡Y cada vez hay menos que preguntan por ti! ¡Además, ¿quién querría a una mujer como tú que no sigue la tradición de la comunidad? ¡Dios mío!, ¿por qué nos has hecho esto?

– ¡No quería casarme con ese hombre!

– ¡No le lleves la contraria a tu padre! ¡Mantén el respeto que le debes!

– ¡La culpa es nuestra por no haberte evitado el seguir, con esa excusa tuya de que cuando acabases serías como los demás!

Mi matrimonio: era lógico y predecible el saber que acabaría sacándolo a colación. No me arrepiento de mi negativa, claro que cuando el prometido lo supo por poco me lapidan, de la algarabía que se formó, después lo típico: era como una apestada para todos así que mi familia tuvo que cambiar de ciudad, pero las noticias vuelan sobre todo entre nosotros y pronto se oyen relatos con pocos visos de realidad; pero lo hecho hecho está y no me arrepiento de mi decisión.

– ¡La culpa de todo son esas cosas que te enseñan que no son ni la tradición ni el respeto a los mayores!

– ¡Lo que aprendo es más que eso!

– ¡Niña, te estás metiendo en un buen lío!

– ¡Deberías saber lo que me enseñan para poder criticarlo!

– ¡No le lleves la contraria...!

Y el problema radica en que en mi casa no entienden mi postura, no les critico porque no tienen elementos de juicio para ello y los que poseen les llevan a creer que estoy en oposición a la comunidad.

Nunca antes me había parecido tan terrible llevarle la contraria, pero pienso seguir en mis trece, pienso acabar y no voy a tirar la toalla aunque lo desee.

¡Pienso ser la primera gitana con carrera en mi familia! ¡Y acabaré demostrándoles que tengo razón!"

domingo, 1 de noviembre de 2009

Generación de los 70

El objeto de esta misiva es la de reivindicar una generación: la de todos aquellos que nacimos en la decada de los 70 (un par de años arriba, años abajo), la de los que estamos currando de algo que nuestros padres ni podían soñar, la de los que vemos que el piso que compraron nuestros padres ahora vale 20 o 30 veces más, la de los que estaremos pagando nuestra vivienda hasta los ¡60 años!.
Nosotros, no estuvimos en la Guerra Civil, ni en mayo del 68, ni corrimos delante de los grises, no votamos la Constitución y nuestra memoria histórica comienza con las olimpiadas del '92. Por no vivir activamente la Transición se nos dice que no tenemos ideales y eso que sabemos de política más que nuestros padres y de lo que nunca sabrán nuestros hermanos pequeños y descendientes.

Somos la última generación que hemos aprendido a jugar en la calle a las chapas, la peonza, las canicas, la comba, la goma, el rescate o el bote bote y, a la vez, somos la primera que hemos jugado a videojuegos. Hemos ido a parques de atracciones o visto dibujos animados en color.
Los Reyes Magos no siempre nos traían lo que pedíamos, pero oíamos (y seguimos oyendo) que lo hemos tenido todo, a pesar de que los que vinieron después de nosotros sí lo tienen realmente y nadie se lo dice.

Se nos ha etiquetado de generación X y tuvimos que tragarnos 'bodrios' como: Reality Bites, Melrose place o Sensación de vivir, que te gustaron en su momento, pero... vuélvelas a ver, verás que chasco. Somos la generación de Compañeros, de Al salir de clase...Lloramos con la muerte de Chanquete, con la puta madre de Marco que no aparecía, con las putadas de la Señorita Rottenmayer.
Somos una generación que hemos visto a Maradona hacer campaña contra la droga, que durante un tiempo tuvimos al baloncesto como el primero de los deportes (Gracias Chicho!).

Hemos vestido vaqueros de campana, de pitillo, de pata de elefante y con la costura torcida; nos pusimos bombers sin miedo a parecer skin heads.
Nuestro primer chándal era azul marino con franjas blancas en la manga y nuestras primeras zapatillas de marca las tuvimos pasados los 10 años (Esas J'hayber!).

Entramos al colegio cuando el 1 de noviembre era el día de Todos los Santos y no Halloween, cuando todavía se podía repetir curso. Fuimos los últimos en hacer BUP y COU, y los pioneros de la E.S.O.
Hemos sido las cobayas en el programa educativo, somos los primeros en incorporarnos a trabajar a través de una ETT y a los que menos les cuesta tirarnos del trabajo...

Siempre nos recuerdan acontecimientos de antes que naciéramos, como si no hubiéramos vivido nada histórico.
Nosotros hemos aprendido lo que era el terrorismo contando chistes de Irene Villa, vimos caer el muro de Berlín y a Boris Yelsin borracho tocarle el culo a una secretaria; los de nuestra generación fueron a la guerra (Bosnia, etc.) cosa que nuestros padres no hicieron; gritamos OTAN no! bases fuera!, sin saber muy bien qué significaba y nos enteramos de golpe un 11 de septiembre.

Aprendimos a programar el video antes que nadie, jugamos con el Spectrum, odiamos a Bill Gates, vimos los primeros móviles y creímos que Internet sería un mundo libre. Somos la generación de Espinete, Don Pimpón y Chema 'el panadero farlopero'.Los q recordamos a Enrique del Pozo cantando con ganas abuelito dime tu...).
Los mundos de Yupi y las pesetas rubias con la jeta de Franco en algunas de ellas. Nos emocionamos con Superman, ET, los Goonies o En busca del Arca Perdida.
Los del bocata de chorizo y mortadela y también Phosquitos, los Tigretones eran lo mejor, aunque aquello que empezaba (algo llamado Bollycao) no estaba del todo mal. Somos la generación del coche fantástico, Oliver y Benjí... La generación que se cansó de ver las mamá chicho. La generación a la que le entra la risa floja cada vez que tratan de vendernos que España es favorita para un mundial.

La última generación que veía a su padre poner la baca del coche hasta el culo de maletas para ir de vacaciones. La última generación de las litronas y los porros, y qué coño, la última generación cuerda que ha habido. La verdad es que no sé cómo hemos podido sobrevivir a nuestra infancia!!!!
Mirando atrás es difícil creer que estemos vivos en la España de antes: Nosotros viajábamos en coches sin cinturones de seguridad traseros, sin sillitas especiales y sin air-bags, hacíamos viajes de más de 3h sin descanso con cinco personas apretujadas en el coche y no sufríamos el síndrome de la clase turista.
No tuvimos puertas con protecciones, armarios o frascos de medicinas con tapa a prueba de niños. Andábamos en bicicleta sin casco, ni protectores para rodillas ni codos. Los columpios eran de metal y con esquinas en pico.
Salíamos de casa por la mañana, jugábamos todo el día, y solo volvíamos cuando se encendían las luces. No había móviles. Nos rompíamos los huesos y los dientes y no había ninguna ley para castigar a los culpables.
Nos abríamos la cabeza jugando a guerras de piedras y no pasaba nada, eran cosas de niños y se curaban con mercromina (roja) y unos puntos y al día siguiente todos contentos. Íbamos a clase cargados de libros y cuadernos, todo metido en una mochila que, rara vez, tenía refuerzo para los hombros y, mucho menos, ruedas!!! Comíamos dulces y bebíamos refrescos, pero no éramos obesos. Si acaso alguno era gordo y punto.

Estábamos siempre al aire libre, corriendo y jugando. Compartimos botellas de refrescos y nadie se contagio de nada. Sólo nos contagiábamos los piojos en el cole. Cosa que nuestras madres arreglaban lavándonos la cabeza con vinagre caliente (o los más afortunados con Orión). Y ligábamos con los niñ@s jugando a beso, verdad y atrevimiento o al conejo de la suerte, no en un Chat. Éramos responsables de nuestras acciones y arreábamos con las consecuencias. Sabias que se rifaba una ostia si vacilabas a un mayor. No había nadie para resolver eso. La idea de un padre protegiéndonos, si trasgredíamos alguna ley, era inadmisible, si acaso nos soltaba un guantazo o un zapatillazo y te callabas. Tuvimos libertad, fracaso, respeto, éxito y responsabilidad, y aprendimos a crecer con todo ello. Eres tú uno de ellos?? ¡Enhorabuena! Un saludo a todos! Cuidaos y que os vaya bien!!

Fuente: Facebook

Razones para odiar… Madrid

Madrid es una ciudad estupenda… cuando tienes tiempo y dinero, sobre todo cuando no te falta lo primero. Como en mi caso no dispongo ni de uno ni otro, me encuentro con razones de más para odiar a la capital:

1- Quizás la primera de toda que sorprende a los “inmigrantes” que venimos de provincias es: las colas.
Cada vez que en Madrid he de hacer cualquier gestión me toca hacer colas de minutos, horas, días, años luz.. Sí, sé que año-luz es una medida de distancia y no de tiempo: ¡¡¡estoy midiendo lo larga que es la cola!!.
Antes pensaba que bueno, que si las colas había que hacerlas para cosas necesarias e imprescindibles, que por ahí tenía que pasar, que no me quedaba otra. Llegué a tomar como natural el hacer una fila para solucionar burocracia, o el esperar horas para formular una queja en el Ayuntamiento. Pero, leches, si es que los madrileños hacen cola para todo: para ir al cine: “Oye, maja, ¿quedamos a las 5 en la puerta del cine?... ¿tan pronto es la peli?.... ¡que va, es a las 10, pero es que hay que sacar las entradas!”.
¡No me tomes el pelo!, en este plan casi tengo que organizar mi agenda para poder perder dos horas en una peli y 5 en sacar el ticket.
Colas para pedir en un restaurante, colas para sacar cualquier tipo de entrada, colas para entrar en el metro… si no fuera porque el puente de Segovia lo protegieron, fijo que habrá colas para suicidarse.

2- Hablando del metro, después de haber pasado por ciudades con él: Barcelona, Paris, Roma, etc.. reconozco que es de lo mejorcito en cuanto a transporte público que me he encontrado nunca. Pero como todo, odio el metro a las horas punta, ya no porque el olor sea digno de un matadero: sangre, sudor y lágrimas, sobre todo sudor, sino porque como te toque coger alguna de las líneas viejas vas jodida… bueno, jodida si te dejas, que hay que andar poniendo la espalda contra la pared para que no te exploren las entrañas en el marasmo en el que acabas. La próxima que tenga recisión ginecológica ya sé donde ir.. y mira, creo que aquí no hace falta hacer cola para que te revisen los bajos.
De todos modos, ya me quejé anteriormente, a pesar de todo, sigue siendo mi transporte favorito. En capítulos anteriores: Más del Metro

3- Entramos en el otoño, bonitas fechas, me gusta el abrigarme, me gusta el color de los árboles, me encanta la lluvia.
En Madrid algo extraño sucede cuando llueve, de pronto todos los conductores de la ciudad olvidan como llevar sus coches, si ya el tráfico tiende a ser caótico y lento, basta que caigan dos gotas para que Mercedes, Audis, Seats o Peugeots se transformen en casitas de caracoles: ¡¡coñe, que son dos gotas, que podéis seguir yendo a 40 kms. por hora!!, juro que en días de lluvia he visto a viejecitas adelantar a los coches en carretera. ¿Dónde dejan su famosa agresividad volantil esos días? ¿Son brujas del oeste que se deshacen con el líquido elemento?

4- La mayoría de los madrileños que he tenido el placer de conocer en ámbitos laborales, antes o después han acabado quejándose de sus sueldos y su complicación de llegar a final de mes. No discuto que me muevo en ambientes de capacidad adquisitiva media, la pequeña burguesía, supongo que por eso el llegar a final de mes es más costoso que para el resto de habitantes…
Sin embargo, me resulta chocante que esos mismos compañeros que se quejan de sus salarios, de sus penas económicas, luego no dejen de ir a tomar el desayuno en el bar de al lado, el café de media tarde y las cañas del final del día.
Veamos, señores, seamos consecuentes y coherentes con nosotros mismos, el gasto dedicado a esos desayunos que bien puedes tomar en casa (unos 4 euros diarios por lo bajo), del café de después de comer (1 euro por ser barata), y las cañas (otros 5 euros, porque hay rondas que invitar), hacen un cómputo total mensual de: 300 euros al mes.. ehem.. eso es lo que hace que mi sueldo pase de ser irrisorio a ser de supervivencia.
Si se quieren quejar que lo hagan, ¡pero no conmigo, que gano menos que ellos y encima me callo y hago malabares para no acabar en números rojos!!.
Que sí, que el dinero está para gastarlo, pero si se hace así, ¡¡no te pases el día entero llorando las penas al de al lado!!

5- Derivando la idea anterior del dinero: en mi ciudad, si no tengo pasta y sin embargo me muero de ganas de ir a tomar un café, me pongo las pilas y no lo hago en el sitio más caro, lo mismo que el ir a cenar con los amigos los fines de semana. ¿ Starbuck, Vips? Todos estos locales se caracterizan, para mí, bajo un mismo rasero: la calidad no está en absoluto acorde con sus precios. Siempre que me quejo de esto, mis madrileños amigos se justifican diciendo: “Si el Vips es barato”… No, no, el Vips es carísimo, la calidad de su atención al cliente, de sus platos y de su cantidad es claramente inferior al precio que pagas por ello, lo que hace que sí, que el Vips sea caro. Sí, el Starbuck es caro también!
¿Por qué se empeñan en intentar convencerme de que es barato?, que soy de económicas! Que hay muchas más magnitudes que valorar además del precio que etiquetan.

6- La complicación de relacionarse con la gente: no sé como será en otras ciudades, desgraciadamente imagino que tan complicado como aquí. Conocer gente es tan difícil que me apena ver que reducidos acaban siendo nuestros círculos. La gente en la calle no sonríe, no es nada amigable ni acogedora.
Me he descubriendo sonriendo por la calle, pero no porque notara mi sonrisa en la cara, sino por la cara de extrañeza que ponían con los que me cruzaba.
Eso sí que me da pena, la gente va tan a su rollo que hace esto un poco más frío. Es lo que menos me gusta de todo.
Y claro, ir a Gran Vía y decirle a quien me cruzo: “hola, ¿quieres ser mi amigo?”, creo que haría que en breve acabase en medio de algún sanatorio mental, que no digo que no lo merezca pero es que tengo la agenda tan apretada que me rompe los planes.

Y para los que piensen: Pues si no te gusta: vete. Eso trato, eso trato, en cuanto pueda creo que me vuelvo a mis provincias, que al menos allí el concepto de vida se acerca más a vivir de verdad y no sobrevivir como aquí.