martes, 6 de octubre de 2009

Poca moral

El otro día, mientras caminaba por la calle como suelo hacer habitualmente, me encontré con un espectáculo del que me avergoncé incluso sin ser partícipe de él.
En una calle, paradas sin más, había dos chicas, imagino que rondarían los 14 o 15 años ambas, estaban sin decir ni hacer nada, más bien parecían haber ido a parar allí por coincidencias del destino que por decisión propia.
A su alrededor se arremolinaban gentes de diverso tipo: adolescentes, adultos, mayores, mujeres, hombres, ricos, pobres…
Yo en inicio creí eran ellas las que habrían realizado algún movimiento para atraer a tal público, o que reclamaban su atención para algún fin que aún no entendía, pero cuando me acerqué, como todos los que dejaban discurrir sus pasos, a sabiendas o no, por aquellas calles, sólo vi dos chicas, quietas, inmutables, registrando cada palabra y guardándola en una caja que se abriría mil veces y volvería a recrear el momento.
Los adolescentes se les acercaban y les gritaban: “¡Gordas, más que gordas sebosas!”. Cuando la mitad de ellos dejaban rebosar sus carnes por encima de los cinturones y ocultan su inseguridad con violencia.
Las chicas les susurraban: “¡Vacas burras, que sois feas!”. Cuando la mitad de ellas seguían sufriendo el auto desprecio de estar en su propia piel.
Las mujeres les decían: “¡Niñatas patéticas!”. Cuando la mitad de ellas ocultaban las lágrimas que vertían en casa insatisfechas con su propia vida.
Los ejecutivos les escupían: “¡Bichos, que dais asco!”. Cuando la mitad de ellos temían sus propios deseos de ser únicos.
Y ellas seguían allí, inmutables, sufriendo con cada palabra, porque la adolescencia es dura, muy dura, y más cuando medio mundo está en tu contra, cuando no sabes que has hecho para que te odien, cuando lo único que cubre son gritos de: “Freakies, Gordas, Monstruitos, Feas, Bichos, Despojos…”

Siento vergüenza, porque en otro lugar, en otro momento, más de uno habría salido en defensa de unas niñas ultrajadas sin culpa más que la de intentar ser honestas con ellas mismas, y tener entidad propia. Y sin embargo, se escudan en la excusa del débil para sacar el desprecio que llevan dentro.

Cambiad una calle por la red, cambiad dos anónimas por unas hijas adolescentes de un presidente.
¿Por qué dos niñas pagan por los errores de un padre?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es verdad que yo no puedo opinar mucho de estas cosas, leo pocas veces el periódico (La razón y El Mundo, nunca) no veo casi, casi nada la tele (programas de cotilleos, nunca)y apenas tengo vida social (con fachas, ninguna). La radio sí la oigo (la Cope o Radio Intercontinental, nunca)y no me ha parecido que les hayan dando tanta caña. Por otra parte no se puede comparar lo que le diríamos en la cara a alguien que lo que comentamos de lo que vemos en la tele.
Imagino que en los medios que he puesto entre paréntesis sí les han dado bien, pero eso es normal, lo hacen para machacar al padre, pero no por sus pecados sino por sus virtudes (las pocas que tenga).

Mon.